Hoy me levanté decidido a olvidarte, un tanto
difícil por dónde empezar. La botella de vino a medio llenar de la noche
anterior coqueteaba insistente como tú nunca lo hiciste. La puerta del baño
entreabierta me reclamaba que hay rutinas que cumplir. La cafetera esperaba,
como de costumbre, mis manos temblorosas. El vacío de tu ausencia me miraba con
hostilidad, como si me estuviese culpando de tu abrupta y furtiva partida.
Nuestra foto, entonces felices, sobre la mesa del
sofá, me acordó que tuvimos un pasado más afortunado. El gato maullaba hambriento
deseando más que yo tu regreso mientras el bullicio de la calle me aseguraba que
se me había hecho demasiado tarde para sincronizarme con el frenesí de la prisa
citadina. Algunas de tus cosas insinuaban traviesamente que volverías; una
tanga color purpura tendida triunfalmente sobre la cortina de la bañera, un
pintalabios sin tapa sobre el peinador, un libro de poemas sobre la mesita de
noche, y un osito de peluche sobre la cama, el que te regalé en nuestro primer San
Valentín, ese mismo que destripaste la primera madrugada que llegué borracho. Mis
piernas trémulas y velludas ya se empezaban a amotinar contra la estreches del
apartamento, en donde llevaba ya una semana confinado luego de haber perdido mi
empleo… justo los días que llevo sin verte. El alboroto de mi vecina increpando
al marido terminó por espantar la tierna armonía mañanera de mi apartamento,
arruinándome los propósitos de ponerme a leer tu poemario de cabecera,
intentando descubrir el porqué de tu afición a ese tal Pablo Neruda. Afuera me
esperaba el caos caluroso de una ciudad secuestrada por hipnotizadores vestidos
de vendedores ambulantes, magos desempleados
sobreviviendo como carteristas, pedigüeños sindicalizados, peatones enrabiados
y choferes selváticos. El timbre del teléfono me resucita la alegría, sin duda
eras tú para decirme que lo sentías, que me extrañabas, que regresabas… porque
me amabas, sin
embargo una voz unisex me intimaba a pasar cuanto antes por el banco a pagar el
atraso de mi tarjeta de crédito. Ahora es el timbre de la puerta y ejecuto una
cabriola circense… ¡lo sabía!, entonces me estrujo los ojos para removerme las
legañas antes de abrirte… pero detrás de esa puerta, en lugar de tu carita
angelical, aguardaba el rostro orangután del casero para decirme que me daba 24
horas para pagar la renta, de lo contrario, que hiciera maletas. Estrello furioso
la puerta en sus narices, viendo mi mundo desmoronarse cual castillo de naipes,
contigo más ausente que nunca, porque tu aroma, al igual que mi esperanza, ya empezaba a desavaharse.
Enrique
García Jorge,
La Romana, 26
de julio de 2013.
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